En muchas ocasiones de nuestra vida nos vamos a encontrar ante una carta de vinos en un restaurante. Si el restaurante dispone de un sumilier profesional la cosa es fácil, siempre que no dejemos aconsejar por él. Pero pedir un vino sin ayuda puede ser una tarea harto complicado, si no tenemos costumbre de hacerlo ni llevamos en la cabeza las mejores añadas (que usted puede imprimir desde este portal).
Nada que temer. Si sigue estas sencillas pautas elegirá el vino más adecuado sin mayores complicaciones.
Con los blancos lo tenemos claro. Con excepciones muy determinadas, los blancos deben ser del mismo año o del anterior. Son raros los vinos blancos que envejecen y no suelen encontrarse en las cartas de vinos. Sólo basta con asegurarnos de que la fecha de añada que figura en la etiqueta de la botella no rebasa el año anterior.
Lo mismo sucede con los rosados y los espumosos.
Si lo que pretende es seleccionar un cava elija un brut nature de cualquiera de las marcas españolas que figuren en la carta. Los cavas españoles son de lo mejor, y los brut nature insuperables por el método de vinificación, que los convierte en ligeros y chispeantes. No se asuste si se encuentra en la carta con cavas de otras provincias que no sean catalanas. En Badajoz, Burgos y otras provincias se producen cavas de una calidad extrema.
Con los vinos tintos la cosa se complica un poco más. Aquí la regla de oro es…
“El vino tinto más caro no siempre es el mejor vino”.
Existen vinos muy comerciales, muy conocidos que deben su precio a una notoriedad que, a lo mejor, la han conseguido mediante una publicidad que luego tendrán que repercutir en el precio.
Siempre hay un vino que está de moda. Cuidado porque ese vino lleva sobreprecio seguro. Huya de estas modas y, si algún invitado se lo sugiere, diga tajantemente que nunca pide vinos de moda, que no cree en esas cosas.
Un vino de precio medio suele estar bien. Si la comida es ligera (pescaditos, frituras de verdura y pescado, …) nos puede bastar con un vino tinto joven de buen precio. Aquí no vamos a tener problemas puesto que debe ser del año anterior.
Cuatro años es lo máximo que debe tener el vino de crianza que pidamos. Cierto es que podría tener algo más de edad, pero es seguro que su conservación en el establecimiento no ha sido la adecuada, por lo que no debemos pasarnos de largo.
Para los reservas y los grandes reservas podemos alargar algo más la añada (hasta seis años) pero poco más.
Cierto que hay restaurantes con bodega subterránea propia donde los vinos se mantienen lejos de la luz y las vibraciones y donde la temperatura sufre oscilaciones mínimas durante todo el año. Estos restaurantes no son frecuentados por el gran público y a ellos solemos acudir sólo cuando nos invitan (por lo que no tenemos el problema de elegir ni el vino ni nada).
Por desgracia, la mayoría de los restaurantes de España no dispone de esta posibilidad. Ni siquiera dispone de botelleros industriales que simulan con éxito las condiciones de una cava.
Como quiera que desconocemos cuando adquirió las botellas el restaurador, vamos a dar por sentado que las condiciones de conservación no van a ser excelentes y que la vida en óptimas condiciones del vino ha sido acortada. Por eso, si acortamos la añada daremos en el clavo.
Otros aspectos a tener en cuenta son los gustos de los comensales. Aquellas personas que no están acostumbradas a beber vino con quien mejor se las van a entender es con un crianza. Posiblemente un vino joven les resulte algo ácido y los vinos de reserva y grandes reservas demasiado corpulentos. Pida un crianza si hay gente de todas las clases, es la mejor manera de acertar.
Con todo, si no le gusta el vino (tiene aromas y sabores malos como el sabor a corcho o el jabón) no dude en devolverlo. Estas derramas las asumen los bodegueros y no los restauradores, por lo que no tiene por qué haber problema.
Un consejo final. No discuta si el vino está malo o bueno con el camarero, limítese a decir que usted piensa que ese vino está malo. Si el camarero persiste en defender su vino no vuelva nunca más a ese lugar. Algunos camareros son expertos en discutir con los clientes, no en vinos
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