Todos los años, al finalizar el verano, tiene lugar la vendimia en los innumerables pagos españoles destinados al cultivo de la vid.
Como paso previo, los enólogos realizarán las pruebas oportunas para determinar que la uva está lo suficientemente madurada como para proceder a su recolección.
El problema es que todas las uvas de ese pago no han madurado de igual manera, por lo que los vendimiadores deberán realizar una recolección selectiva de las bayas. De esta manera se apura la maduración de las uvas que no han alcanzado el grado óptimo.
Unos cuchillos curvos (ocetes) sirven para desprender los racimos de una sin dañar la planta. El cuidado en la recolección debe ser extremo y las uvas deben llegar hasta el lagar en perfecto estado. Si durante el transporte las uvas sufrieran un aplastamiento excesivo se podría producir una fermentación no controlada que dificultaría la fermentación posterior.
Por el motivo antes comentado, conviene que las uvas sean procesadas lo antes posible, es una garantía de que la fermentación va a tener lugar en las condiciones adecuadas.
Todo el material que interviene en la vendimia debe estar en perfectas condiciones higiénicas. Cualquier elemento extraño puede dar al traste con las mejor de las cosechas.
Los operarios recogen la una en espuertas de plástico (antes eran de mimbre y otros materiales) de un máximo de 20 kilos. Una vez llenas las espuertas se vuelvan sobre los contenedores dispuestos en los tractores hasta que llega a un límite unos 40 centímetros para evitar el aplastamiento de la uva.
Ya en el lagar, la una es prensada a través de diferentes métodos (cada vez más modernos). La figura de los mozos abrazados pisando las uvas con sus propios pies ya sólo podemos verla en las fiestas del vino y la vendimia que tiene lugar en todo el país
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